“Cuentan que durante el verano todos los ratones reunían provisiones: granos y vainas, nueces y tallos. En apariencia, el ratón Frederik no recoge nada y suscita el malestar de los otros. A las interpelaciones de éstos, él responde: «Recojo colores». Luego, cuando en el cuartel de invierno las provisiones van tocando a su fin y los ratones devienen somnolientos y temblorosos de pura debilidad, Frederik comienza a hablarles de los colores que ha “recogido”. Y durante tardes enteras les habla de flores y hierbas, de las susurrantes copas de los árboles y de la belleza de los campos de trigo. Los ratones aplauden con las patas. Frederik ha vivido de su tesoro y alimentado a otros de él. Así es quien sabe tomar los relatos de la Biblia y contarlos en los tiempos que corren: dispone de un tesoro de narraciones misteriosamente luminosas de las que es posible vivir”.
(De un fragmento de un libro infantil protagonizado por el ratón Frederik y recogido en el libro “Jesús” de Klaus Berger)
La bendición de Agar (Gn 16, 1-16)
Hay una mujer en los relatos del Génesis, en el Antiguo Testamento, que se llama Agar, la esclava egipcia de Sara. Un personaje secundario en la historia de los patriarcas y matriarcas de Israel, de las que viven en el abajo de la historia: mujer, pobre y esclava.
La bendición que Dios había prometido a Abraham y Sara (Gn 12) se retrasa, y ellos planean el nacimiento de un hijo, a través de Agar, «prudentemente», para echar una mano al Señor; como si Él no viera lo que les estaba ocurriendo, como si los hubiera dejado a su suerte.
En aquel tiempo el mayor valor era tener hijos y las mujeres eran consideradas en función de su descendencia, por eso ante la esterilidad de Sara y una vez que queda embarazada, Agar «mira con desprecio a su señora». La traducción más literal sería: «a sus ojos, su señora se hizo de menos peso, más insignificante». Esta mirada despierta el lado oscuro de Sara y le saca lo peor. Conoce la envidia, crece su inseguridad y su miedo y maltratará a Agar, porque el miedo quiebra la hospitalidad.
Hasta tal punto Sara rechaza a Agar que ésta tiene que huir sola y con un hijo en sus entrañas. Es entonces cuando, vagando por el desierto, el ángel del Señor la sorprende y la llama por su nombre, dándole identidad (hasta ahora era sólo la «esclava» en el relato) y le pregunta: «Agar, ¿de dónde vienes y a dónde vas?» (Gn 16, 8).
Ella responde: «huyo»… y escucha de parte del ángel: «vuelve», pero no puede volver sin saberse bendecida: «multiplicaré tu descendencia». Agar acoge la bendición y entra en contacto con su propio valor, con su dignidad. Y aquel lugar se convierte en un espacio sagrado para ella, por eso lo guardará en la memoria del corazón y lo llamará: «el pozo del que vive y me ve» (Gn 16, 14).
El Dios que la ve, la va acompañar y va a custodiar la vida que emerge en ella. En adelante se recibirá capaz de sostener y proteger esa vida en circunstancias adversas. Agar nos invita a atrevernos a cruzar desiertos y a responder a esas dos preguntas centrales en nuestras vidas: «¿De dónde vienes y a dónde vas?». Porque en ellas están nuestras raíces y nuestras alas.
Me pregunto con Agar: ¿A dónde necesito regresar en vez de seguir huyendo? ¿Qué bendiciones disfrazadas, que claves nuevas, están ahí aguardándome, en mi momento presente, en mi vida aquí y ahora tal cual es…?
Ojalá pueda reconocer, como ella, en mis mejores y en mis peores momentos, al Dios que vive y me ve, y ama mi vida con todo.
Mariola López Villanueva, rscj