Certidumbre
Yo jamás he visto un yermo
y el mar nunca llegué a ver
pero he visto los ojos de los brezos
y sé lo que las olas deben ser.
Con Dios jamás he hablado
ni lo visité en el Cielo,
pero segura estoy de a dónde viajo
cual si me hubieran dado el derrotero.
(Emily Dickinson, Certidumbre, versión de C. López Narváez).
Conocemos a Dios aunque no lo sepamos: alivio.
No saberlo es conocer menos a Dios: desgracia.
Pienso, con Emily Dickinson, que caminamos a menudo en la certidumbre de la fe, aunque no nos demos cuenta de ello o no le pongamos ese nombre a la experiencia…; pero no darnos cuenta o no nombrar la fe nos empobrece. El resultado es una mezcla de anonimato y confesión; de alivio y de desgracia.
Al menos sigue habiendo gente a nuestro lado que está segura del viaje que emprende… Certeza. Esperanza. ¡No es poco! Quién las tuviera siempre…
Pero qué lástima viajar tan solamente, sin poder charlar con Aquel hacia quien vamos… Silencio. Soledad. ¡Cuánta estrechez! Quien pudiera acompañarse, ensanchar el camino de palabras…
Y hablar con Cristo. Y visitar el Cielo.
Se aprecia más el baile de las olas si se escuchan también los rumores del fondo…
Mejor es la voz de Dios que solo su horizonte.