La liturgia nos va preparando poco a poco para la llegada del Adviento. La fiesta de Todos los Santos, que celebrábamos hace unos días, es un magnífico pórtico que nos va preparando para contemplar la realidad del Cielo, y la venida de Nuestro Señor al final de los tiempos.
Cuando era pequeño, en la catequesis se nos invitaba a contemplar las tres venidas del Señor: Jesús vino hecho hombre, Jesús viene en los sacramentos y en la caridad, Jesús vendrá al fin del mundo y en nuestra propia muerte.
En el evangelio de hoy se nos invita a contemplar la venida constante del Señor, y también su adviento definitivo. En efecto, Jesús vendrá, pero lo que no sabían las doncellas era que “el Esposo” ya estaba viniendo: era el aceite de sus lámparas.
El aceite es signo de la unción del Espíritu Santo. Las obras buenas y la oración son como “poros” a través de los cuales este aceite va penetrando nuestro corazón, y lo va asemejando a la realidad del Cielo.
¿Soy consciente de este Dios que habita en mí y se derrama en mi ser más íntimo? ¿Acudo a la oración con perseverancia y confianza? ¿Mis obras son reflejo de mi fe? ¿Son ofrenda a este Dios que se me da plenamente?
Señor, dame la Gracia de recibir el aceite de tu Espíritu Santo, para que el día de tu venida pueda entrar contigo en la fiesta eterna del Cielo. Amén.