Jesús, después de haber repartido a una multitud de paganos siete panes y unos cuantos pececillos, se sube a la barca con sus discípulos que se dan cuenta de que se les ha olvidado el pan. Tienen muy poco para mantenerse y es muy probable que comiencen a discutir echándose la culpa unos a otros del olvido. Es justo entonces cuando Jesús les advierte de la levadura de los fariseos y de los seguidores de Herodes
¿Qué quiere decir esto? Pues que la Iglesia saldrá adelante con lo poco que pueda tener, si su único afán es confiar plenamente en Dios, que ya proveerá.
San Antonio María Claret y María Antonia París también vieron claro que la Iglesia de su tiempo estaba lejos de cumplir los consejos evangélicos, sobre todo el de pobreza. Dice el padre Claret: “Jesucristo ama la Pobreza, las injurias y los dolores, también los quiero yo.”. Y María Antonia París se atrevió a decir que “el pecado de la avaricia ha sido el lobo voraz que ha despedazado toda la santa Iglesia.”
No se trata de ser masoquista ni de caer en la ingenuidad, sino de evitar que la levadura de la codicia y la falta de caridad vaya expandiéndose por nuestro interior haciéndonos caer en la soberbia y la autosuficiencia.
Hoy en tu oración, sitúate en la barca, con Jesús, y pregúntate: ¿Dónde pongo mi seguridad? ¿En tus manos, Señor, o en la fuente de mis ingresos? ¿Cuánta parte de mis ingresos quieres que dedique a obras de caridad?