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Misericordia quiero nos dice Jesús en el Evangelio. La misericordia y la compasión van de la mano, se hermanan en el corazón y empujan para socorrer al pobre y afligido. La misericordia se “enseñorea” por encima de todo interés y percibe no sólo la necesidad, sino el momento y el lugar donde responder. Es una clave para interpretar la libertad interior.
Por un tiempo fuimos señores del tiempo. Todo se volvió secundario ante la carrera por la vida. El mundo casi paralizado, en lucha continua por vencer la enfermedad, por hacer realidad la supervivencia… Y pasó, sí… prácticamente en todo el mundo. ¡Pero si parece un cuento…!
Así, la humanidad anduvo por un tiempo misericordeando como lo hizo Jesús con su pueblo, que, ante el hambre, la enfermedad, el lugar de adoración a Dios, traspasó con suprema libertad el mandato del sábado porque la ley nunca puede estar por encima de la vida, sino a su servicio.
La capacidad misericordiosa y compasiva del hombre está en sus genes. Testigos fuimos de ese “señorío” humanitario. Es verdad que muchos no lo comprendieron; pero otros y ¡fueron tantos! tuvieron el inconmensurable regalo de esa sublime libertad interior al ser señores de su tiempo, de sí mismos por un bien inmensamente mayor.