Celebramos hoy la fiesta de la Dedicación de la catedral del papa, la basílica de san Juan de Letrán, en Roma. Es un edificio bello y antiguo que de alguna manera hace presente de manera visible la gran comunidad de los cristianos, que somos las “piedras vivas” del templo de Dios en el mundo.
Decía ayer que la liturgia nos va preparando poco a poco para la llegada del Adviento. Si el día 1 de noviembre contemplábamos la felicidad de la Jerusalén del Cielo, hoy contemplamos el don de la comunidad cristiana, llamada a ser un “cielo en la tierra”. Esperar al Señor que viene implica vivir ya en este mundo, en la medida de lo posible, la felicidad del Cielo, y hacerlo en comunidad.
La catequista que se esfuerza sin percibir demasiados frutos; el voluntario de Cáritas cansado de dar y de darse; el sacerdote que vive en la tibieza y en la duda; el obispo fatigado por un trabajo aparentemente infructuoso… Esta realidad marcada por la Cruz es ya un signo de esperanza en la confianza: Dios está con nosotros, está con su pueblo a las duras y a las maduras. Juntos, en Él, somos un templo magnífico habitado por el Espíritu Santo.
¿Soy capaz de confiar en Dios cuando las cosas aparentemente se marchitan? ¿Doy gracias por el don de la Iglesia? ¿Descubro la Iglesia universal en mi comunidad de referencia (parroquia, convento, monasterio…)? ¿Vivo la experiencia de la Iglesia de este mundo como una antesala de la Iglesia del Cielo?
Señor, bendice a nuestro papa Francisco. Dale la gracia de tu Espíritu Santo. Protégelo de todo mal. Y a nosotros, que somos las “piedras vivas” de tu Iglesia, haznos testimonios de tu Evangelio en medio de este mundo que te desconoce y te rechaza. Amén