Hay tramos del camino en los que el viento nos empuja. Hay experiencias de fecundidad que redoblan las ganas. Los discípulos habían sido testigos del signo de la multiplicación de los panes. La vuelta a la otra orilla se presentaba como una travesía feliz.
Pero la dificultad, el aprieto, la tormenta, el viento contrario, no siempre avisan, llegan a la vida… y nos ponen ante la verdad de nuestra verdad. El miedo se convierte en señal de alerta.
Si nos dejamos atenazar por el miedo las energías se paralizan, la visión se distorsiona, los peligros se agrandan… dejamos de hacer pie, nos vamos hundiendo…
En la travesía de la fe, el mejor antídoto contra el miedo es Su Voz y Su Presencia. Es mantener los ojos fijos en Él y el corazón anclado en la confianza. Es clamar humildemente y saber que es Su brazo el que te rescata y sostiene.
“¡Ven!”: es una invitación vigorosa a atravesar los miedos. “¡Ven!”: es una llamada a practicar lo que parece imposible. Caminando sobre las aguas de la inseguridad, siendo salvados del miedo a hundirnos… así es como iremos haciendo vida la confesión de fe: “realmente eres el Hijo de Dios”.