Pedro intenta retomar sus hábitos antes del primer encuentro con Jesús, como si nada hubiera pasado, volviendo a pescar. Y es en esta situación que siente que Jesús lo ve y se prepara para un nuevo encuentro: el texto dice que, en lugar de desvestirse para saltar al mar, Pedro se viste, porque estaba despojado, para tirarse al agua e ir hacia Jesús. El recuerda el día cuando Jesús le invitó a caminar con él sobre el agua, es decir, a tener confianza en el a no tener miedo al fracaso. Ahora, apoyado en esa mirada misericordiosa, Pedro encuentra el coraje para enfrentar el mar.
Jesús a través de su presencia positiva e incondicional, quiere generar en Pedro un espacio, que es el espacio de la misericordia. De hecho, la red antes vacía de Pedro está llena de 153 peces grandes, un número enigmático, pero que tal vez simplemente dice la enorme diferencia de quienes están dentro de esta red. Una red que no se rompe a pesar de estas diferencias. Y solo la mirada misericordiosa, puede garantizar la unidad y la estabilidad de la red. Es la misericordia la que hace la unidad.
La mirada del Resucitado ante la fragilidad de Pedro es la mirada de Cristo ante la fragilidad de cada uno de nosotros. Jesús no investiga las razones de la traición de Pedro, no trivializa sus errores, no despierta sentimientos de culpa. A través de su mirada, Pedro se da cuenta de que Jesús ve en él recursos que él mismo todavía no había descubierto, le ha devuelto la confianza gratuita. La misericordia nos impulsa a descubrir el bien invisible. Ahora, Pedro puede responder de nuevo a la llamada de Jesús. La respuesta de Pedro se vuelve más auténtica y menos ideal, se convierte en una entrega.