A los ojos de Dios, eres dichosa, dichoso. “Dichoso” es el piropo preferido de Jesús: “¡Dichosos vosotros los pobres! ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!” y Dios no se cansa de repetirlo: eres dichosa, eres dichoso. Y nuestra dicha no puede ser otra que sabernos amados por el Dios Padre que nos presentó Jesús. ¡Dichosos nosotros cuando sacamos un rato para estar a solas con Él! ¡Dichosos nosotros cuando, como en esta pandemia, nos damos cuenta de que el amor es lo único importante y nos desprendemos de las cosas que poseemos y nos acaban por atrapar! Y, recordando a todos los que habéis sufrido una pérdida de un familiar, de un amigo, de un ser cercano, también a vosotros os llama “dichosos”. Dichosos porque Jesús ya les tenía preparada una habitación junto a la casa del Padre. “¡Dichosos los que sufren porque recibirán consuelo!”
San Ignacio, en la contemplación para alcanzar amor de sus Ejercicios espirituales, nos viene a decir: soy dichoso, soy dichosa porque todo es don de Dios, regalo gratuito. Y, por ello, reconociendo tanto bien recibido, sólo nos queda una cosa: poner nuestra vida en manos de Dios con la seguridad de que sólo nos basta su amor.
¿Cómo recibes los piropos de Dios? ¿Qué sentimientos nacen en ti al saber que Dios te conoce tal como eres, te llama a ser dichoso y te quiere con locura?