Por un lado dice: “A Dios nadie lo ha visto jamás”, por otro lado certifica “Hemos visto su gloria”.
“Hemos visto”, con sus ojos, los de su cara. ¿Qué han visto? “Su gloria” ¿Cómo, dónde han visto su gloria? En su “carne”.
Son muy perspicaces. No es nada fácil ver “su gloria” en la “carne”. Veían a Jesús de Nazaret, el hijo de José. Veían a una persona. “¿La “gloria del Verbo”? No, la mayoría “no la conoció”.
No es fácil ver la gloria de Dios en mi matrimonio, no es sencillo contemplarla en mi comunidad, no es nada simple verla en la carne.
Pero no hay otro modo que no sea “por medio de Jesucristo”, porque “a Dios nadie lo ha visto jamás” (a pesar de algunas personas que pretenden tener enchufe, contacto directo: no, “nadie” es nadie).
Pues los autores de este prólogo del evangelio de Juan, sí han sido capaces de contemplar en “su” carne, “su” gloria. Hay un camino. Hay un modo. Ésa es la manera. Ése es el modo.
¿Cómo? Si en la carne se puede contemplar su gloria, y yo no la veo, es mi mirada la que tiene que aprender a enfocar. Es en mi mirada donde está el problema. Mi mirada está formando parte de “los suyos” que “no le recibieron”.
Soy consciente de que depende cómo miro la “carne” de alguien para descubrir en esa persona cualquier cosa que me desagrada, o para justificarle lo que no tiene excusa (como abuela con su nieto).
Quiero entrenar mi mirada para ver como ellos, para “contemplar su gloria” en la “carne” de los que me rodean. Y voy a empezar por una persona en concreto, la más significativa para mí en este momento. Ese va a ser hoy mi ejercicio de Navidad: estar atento a cómo miro, ir educándome en una mirada contemplativa, hasta descubrir “su gloria”, la del Hijo Único del Padre, lleno de “gracia y verdad”.