Como en todas las parábolas, Jesús cuenta una historia hecha de elementos de la vida diaria de la gente en la que los oyentes se reconocían. Pero al mismo tiempo, en la historia de la parábola, acontecen cosas que nunca acontecen en la realidad de la vida de la gente. Al hablar del dueño, Jesús piensa en Dios, piensa en su Padre. Por esto, en la historia de la parábola, el Dueño hizo cosas sorprendentes que no acontecen en el día a día de la vida de los oyentes.
Aquí cambia el orden, El pago empieza con los que fueron contratados por último y que trabajaron apenas una hora. El pago es el mismo para todos: un denario, como había sido acordado con los que fueron contratados al comienzo del día. Los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. ¿Por qué el propietario hizo esto? Es la reacción normal de sentido común. Creo que todos nosotros tendríamos la misma reacción y diríamos la misma cosa al dueño. ¿O no? Sin embargo, la llave de la parábola está escondida en este gesto sorprendente del propietario. Jesús no quiere hablar de justicia social, sino que se dirige al fariseo legalista que cada uno llevamos dentro de nosotros mismos y que tiene una concepción mercantil de las relaciones del hombre con Dios. No podemos llegar a Dios quejándonos, “¿Acaso no merezco más que esto?”; porque Dios nos puede responder:
“¿Realmente quieres que te de lo que en verdad mereces?”.