“Las cosas no se dicen, se hacen. Porque al hacerlas se dicen solas”, dice una famosa cita… Y es que parece que llega un punto, como en este Evangelio, en el que decir y dar explicaciones sirve de poco. Jesús se pone un tanto misterioso y dice que lo que cuenta es “esforzarse en entrar por la puerta estrecha”.
Pensemos un poco en esto de la puerta… ¿cómo son las puertas que atravesamos cada día? ¿anchas, pequeñas, automáticas?: al salir de la habitación, de casa, la del metro, el trabajo o la clase, el supermercado… Pues bien, Su puerta, la que da acceso al Reino y a sus cosas, es estrecha. Quizá la pueden imaginar más fácilmente quienes ya pasaron por otras estrecheces: la de las fronteras de algunos países, por ejemplo; o la de la incomprensión, la soledad, el rechazo…
Él es la puerta, nos dice Jesús en otros textos (Jn 10, 9), abierta a todos. A una vida plena, como la suya, se accede no por palabrería, sino despojándose, viviendo con Él y como Él; acercándonos a esos “últimos”, practicando la compasión y permitiendo que nuestra vida se vaya llenando de humanidad. Solo así se alcanza la vida verdadera.