Del centurión se dice que “estimaba mucho a su criado” y que “tenía afecto a su pueblo”. Razón suficiente para que rogaran y pidieran insistentemente a Jesús que le atendiese. Son otros quienes piden por él, que pide por su criado… como si fuese una continua intercesión de unos por otros, no para sí mismos.
Al criado le sanó Jesús. Y también le sanó el afecto y la fe del centurión. Y la intercesión de unos y otros. Querer bien, poner nombres y situaciones ante Jesús tiene este efecto.
Aunque no se creía digno de recibirle en su casa, el centurión no duda en acudir a Jesús con confianza sincera en que Dios actúa y todo lo puede. Podemos tomarle como ejemplo y ponernos ante Dios con su misma actitud: “no soy digna de que entres en mi casa… pero una palabra tuya basta”. Son palabras que expresan bien nuestra realidad, es Él quien nos dignifica.
¿Qué pido hoy a Jesús? ¿En qué o para quién necesito una palabra suya?