Claret entendió muy bien este pasaje. No sólo lo comprendió, sino que lo convirtió en un principio vital que marcaría su existencia. De joven, sintió la llamada a la búsqueda del éxito y pidió a su padre que lo llevase a Barcelona a aprender sobre la fabricación de telas. Y le fue realmente bien, tenía un futuro realmente prometedor. Pero algo no marchaba bien en su interior, su fe se estaba enfriando y las grandes aspiraciones del mundo le dejaban también frío. Y, en medio de este revuelo, mientras oía la santa Misa, se acordó de este Evangelio: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?
¿Qué trayectoria está llevando mi vida? ¿Qué valores la orientan? ¿Busco la riqueza, la fama y el poder? ¿O, por el contrario, busco en todo amar y servir para llegar a ser una persona autorrealizada?
No son preguntas tontas. Todos tenemos la capacidad de malograr nuestra vida. Sólo abriéndonos a la gracia de Dios y a su perdón incondicional, podremos salvar nuestra alma.