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Si vas picando durante todo el día chucherías en el momento de la Fiesta ya no tienes hambre. Si tu vida se llena de ruidos ¿cómo vas a atender la llamada? Si no amas al novio, cualquier cosa te sirve de excusa para no acudir a su fiesta y agasajarle.
Cuando el centro de mi vida son los intereses privados, puedo aprovecharme de cualquiera para hacer mi propia fiesta. Y olvidarme también de los intereses del Reino.
El Padre está enamorado de su pueblo y la Alianza con su Hijo quiere celebrarla. La Fiesta es para todos. Y la parábola refleja nuestra realidad y el modo de ser y hacer de este Rey: todo está a punto. La Eucaristía nos permite gustar el Reino y no lo van a desear los llenos de cosas superficiales.
Para poder celebrar la fiesta hay que salir a la periferia; allí buscar a gente de todo tipo, deseosos de participar de algo nuevo; buscar hambrientos de sentido, acoger a los que se sienten solos y alegrarse de la Alianza que el Padre ha hecho con la Iglesia (y con toda la humanidad). Vestirse para la ocasión es saber a qué voy. Nunca solo. Tener hambre de Reino significa vivir austeramente y estar atento a la llamada de los profetas que anuncian Comida de la Buena: la Eucaristía.