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El “campo” al que se refiere la parábola puede ser el mundo, la Iglesia; pero también el corazón de cada persona y por supuesto, del que pretende ser discípulo de Jesús. Hay en nuestro corazón trigo y cizaña. Esta convivencia a veces es inquietante, conflictiva, cuando no la reconocemos en nosotros. Pero puede ser beneficiosa cuando nos ayuda a vivir en profundidad que en nuestra debilidad está la FUERZA del Dios misericordioso que nos muestra Jesús. En nuestro equipaje de vida, tenemos que tener claro que hemos de darle espacio a “nuestra cizaña”, espacio tal que no “ahogue nuestro trigo”. Muchas veces nos impacientamos con la “cizaña” de nuestra vida, que queremos cortarla de raíz y terminamos cortando el buen trigo, cuando nos centramos solo en nuestro pecado, en lo no que no hicimos bien, en nuestra pequeñez, y esto ahoga nuestra capacidad de amar, de dar, nuestro deseo de servir, la alegría y el gozo de ser y vivir. Estamos llamados no a cortar la cizaña antes de tiempo, sino a centrar nuestras fuerzas en hacer crecer y germinar nuestro trigo.
Estamos llamados a ser trigo para los demás y tu ¿en dónde y en quien centras tu fuerza? ¿eres trigo para los demás? ¿para tu familia, tus amigos?