Los fariseos esperaban que el verdadero Mesías hiciera algún prodigio que los liberara del poder del Imperio romano. Algo parecido a lo que logró Moisés en su huida de Egipto: abrir las aguas del Mar Rojo y luego cerrarlas para exterminar a sus perseguidores. Pero Jesús se niega, al igual que se negó a la tentación del maligno que le proponía tirarse del alero del templo.
Jesús no nos convence a base de milagros o prodigios; nos convence a base de acercarse a nosotros, mirarnos con tremendo cariño, perdonar todas nuestras ofensas y ofrecernos ser colaboradores en la construcción de su Reino.
La fe es un misterio: ni consiste en cumplir un código de conducta ni consiste en seguir una verdad confirmada empíricamente. La fe es una apuesta, un salto, un acto de pura confianza en la bondad de Dios, un padre que nos ama incondicionalmente. Lo siento, pero no puedo decir más.
¿Te animas a dar este salto? Las manos de Dios están ahí, esperando.