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La comparación de Jesús nos recuerda a las familias que tenían cinco o seis ovejas. Cada familia llevaba a pastar sus ovejas, y en la noche, todos lo guardaban en un mismo redil. Este era de piedra con una entrada muy estrecha para poder contarlas a la entrada y salida. El redil no tenía puerta, sino que un guardia hacía de puerta y las cuidaba durante la noche.
Por la mañana cada propietario sacaba a sus ovejas. Lo hacía con un silbido que las ovejas conocían muy bien, cuando oían a su dueño las ovejas salían.
Jesús se identifica con este pastor dueño, que cuida a las ovejas como algo personal, conoce a sus ovejas, las llama a cada una por su nombre. Jesús se pone de puerta para que el que entre por ella no pase hambre ni sed. Las ovejas atienden a su voz porque son suyas y le siguen.
Hay tantas voces, tantos ruidos que nos tienen anestesiados, no podemos digerir lo que vivimos cada día, estamos todo el tiempo hablando, vivimos desde la superficie, moviéndonos sin parar hasta alcanzar el estrés, la frustración y la ansiedad.
Dios nos está llamando y tiene una oferta de liberación, pero sólo podremos escucharle en el silencio, cuando venzamos el miedo de encontrarnos con nosotros mismos y con Dios. Él desea empaparnos de su amor.
¿Estoy dispuesto a acallar mi mente para escuchar en el silencio la voz de Dios que me llama?