No quiere el Maestro que nuestra vida sea puro ir y venir, un andar nervioso y disperso. Es necesario el tiempo para la calma y el sosiego, para la conversación tranquila y el diálogo orante, para beber en el propio pozo del agua viva.
Descanso, sí, pero no cualquier ocio. Que la gente necesita que se le ame y se le atienda será siempre el primer indicador. Un evangelizador con el espíritu del Maestro sabe que las fuerzas se rehacen sirviendo y acogiendo. El amor que sirve y cuida, que se preocupa y atiende “ni cansa, ni se cansa”.
Hay un descanso con denominación de origen: el del discípulo que vive al estilo del Maestro, un descanso con el oído atento a las necesidades del pueblo. Porque las fuerzas y la vida se recuperan dándolas. Ahí está la gracia.