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¡Ay de mí! ¡Ay de ti! Es una expresión que nos sale del alma para quejarnos, o como expresión de asombro, como suspiro en los enamorados… pero también suena a reproche o advertencia, como en el caso de las llamadas malaventuranzas de Lucas, lo contrario de las bienaventuranzas: felices los que ahora sois pobres, pero ¡ay de vosotros los ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo.
El Evangelio de hoy es por eso incómodo, porque suena a advertencia, a reproche. A mí me invita a ser agradecida ¡Son tantas cosas que recibo a diario que desaprovecho! me podrían hacer realmente feliz, me podrían ayudan a crecer, a ser más humana y no es así.
El Señor me dice hoy: ¡ay de ti …! (pon también tu nombre) estoy haciendo milagros en tu vida, pero no los percibes. Quizá nunca me parece suficiente lo que recibo y desprecio lo que ya tengo, lo que va viniendo con la vida día a día.
A lo largo de este día recordaré y personalizaré esta advertencia de Jesús e intentaré descubrir los pequeños o grandes milagros que Él sigue haciendo a través de sus enviados. Quiero escucharLe, acogerLe y que no pase de largo por mi vida.