El discípulo de Jesús debe ser una lámpara que alumbre en medios de las tinieblas de este mundo. Su vida tiene que ser transparente, para que otros puedan apreciar la acción de Dios en el ser humano y la grandeza de lo que su creador puede hacer en ellos. No se concibe a un discípulo o discípula de Jesús que guarde en secreto lo que Dios le ha regalado en sus dones y cualidades para el bien de la humanidad.
No obstante, es cierto que en ocasiones resulta difícil dar testimonio de nuestra fe. Las razones pueden ser varias; desde la vergüenza por parecer diferentes a los demás y que por esta causa nos marginen, o el temor a sufrir la persecución y la pérdida de la vida y los bienes en lugares donde el evangelio es perseguido.
Pero, aunque nos resulte difícil, la fe conlleva la misión de no avergonzarnos de confesar lo qué somos y a quién servimos.
Son sus seguidores, quienes han recibido su Palabra y quienes deben hablar de Dios al mundo porque las cosas buenas merecen ser conocidas, lo que ayuda a la vida necesita hacerse accesible, si escondemos a Dios con nuestras actitudes y pensamientos, Dios se descubrirá por su propia luz, la vida no se oculta, ni tampoco se destruye, la vida como la luz saldrá de las penumbras humanas y mostrará una realidad diferente. La vida cristiana, tu vida, esta llamada a mostrar a Jesús. ¿Cómo lo harás hoy?