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A veces comparamos nuestra vida con las de otros. Los que tienen más o los que tienen menos; los que tienen más suerte o los que tienen nada. Esta actitud se ve claramente en el personaje del hijo mayor en el evangelio de hoy. Sentía injusta la generosidad de su padre que celebraba la vuelta de su hijo menor “he aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobediencia jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos”. La respuesta del padre nos indica que todos somos hijos de Dios. Ojalá seamos capaces de experimentarlo y de gozar con los demás de su alegría, sin compararnos con nadie, ni envidiar.