Si antes de tomar ciertas opciones en nuestra vida supiésemos o hubiésemos sabido la parte de sufrimiento y de dolor que conlleva, habría caminos que seguramente no hubiésemos emprendido jamás.
Puede que a Pedro le sucediese algo así: si hubiera tenido esta conversación con Jesús al principio, antes de dejarlo todo para irse con Él, la cosa cambiaría. Pero ahora, escuchar hablar de padecimiento y ver la que se les viene encima, le cae como un jarro de agua fría. Y además, la respuesta que le devuelve Jesús es demoledora.
Por suerte, no lo sabemos. Emprendemos cada paso en nuestra vida un poco a ciegas, porque barruntamos algo prometedor que merece la vida y también merece la pena. La clave para no acabar volviéndose atrás en estos momentos tal vez sea ese algo prometedor; la promesa de que entregarse por amor -aunque no deje de parecer una pérdida- produce vida. La única que merece la pena.