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Cuando aplaudimos después de un espectáculo, de hecho, nos aplaudimos a nosotros mismos. Nos identificamos con aquello que nos gusta y lo celebramos. Gritamos ante una buena jugada de fútbol o gozamos al escuchar canto y abrimos los ojos ante una danza que derrama belleza.
¿Cuánto debería durar el aplauso al contemplar la obra de Dios en María? Reconocer la dicha de los que escuchan y cumplen la Palabra de Dios es un acto de justicia; decirlo en voz alta es comunicar la Buena Noticia: Evangelizar.
María es el signo que Dios nos da, nos trae el Emmanuel. Y cada uno de nosotros, como el Arca de la Alianza, como la Virgen, tenemos en el interior la presencia de Emmanuel, que debemos mimar, escuchar, agradecer y comunicar. El Emmanuel es el Pilar, que infunde fortaleza a un mundo que, a tientas, busca donde apuntalarse.
Mirar al Señor y alabar a su Madre, deber ser lo mismo que mirar a María y reconocer la dicha de seguir a su Hijo. Esta lección fácil de aprender nos infunde otra mirada: La Iglesia, como María, muestra a sus hijos la dicha de poder anunciar el amor de Dios a todos. Como profetas, toca hacer del silencio palabra y levantar la voz con alegría. El Espíritu con su ímpetu dejará en el corazón de los oyentes la semilla que creció en el seno de la Virgen.
¿Qué imagen del Señor descubres en ti mismo? ¿Reconoces ser una maravilla del Señor?