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Hacer el bien es hacer el bien. No sólo es bien el que yo trato de hacer, no sólo hacen bien quienes obran de manera parecida a la mía. Mirar por los demás, intentar que su vida sea más digna, acompañarlos, levantarlos, animarlos, escucharlos, socorrerlos, acogerlos, respetarlos, es hacer el bien. Hay mil modos y caminos. No hay, sin embargo, ningún bien en echar por tierra el sudor de quien lucha a favor de los otros de distinta forma.
Con qué facilidad caemos en la descalificación, en el ataque o la difamación cuando no somos nosotros los artífices de esas buenas obras. A veces por ignorancia, otras por prejuicios o temor, otras por simple y llana envidia, y otras muchas veces porque nos restan protagonismo o poder.
La encarnizada lucha de Jesús contra el mal en este pasaje concluye con un toque de atención: Si no estamos alerta puede adueñarse de nosotros. No demos nada por hecho ni pensemos que como cristianos no nos puede llevar a su terreno (“yo digo mis oraciones, voy a misa, no soy mala persona, eso no va conmigo…”). Tengamos los ojos bien abiertos y puestos en Dios para no soltarnos de su mano. Hay muchas tentaciones disfrazadas, muchas señales engañosas que, sin apenas darnos cuenta, nos pueden desviar por caminos que no son el suyo.
Sin medias tintas, Jesús es contundente: El que no está conmigo, está contra mí. ¿Al lado de quién estamos?