Es lo que diría Jesús. Si hay algo que le enfadaba, si hay algo que no aguantaba, era la hipocresía. Él aceptaba que una prostituta le lavara los pies con perfume y se los secara con sus cabellos. Él toleraba que un recaudador de impuestos, un impostor, se hiciera uno de los suyos. Él toleraba la lepra, el arrancar espigas en sábado, el que Pedro le negara tres veces… Pero lo que le saca las casillas es la hipocresía.
Jesús no tolera al que se pone en primera fila del templo y da gracias por no ser como el pecador del fondo. No tolera a los que entienden que la religión consiste en cumplir preceptos absurdos y se escandalizan porque cure en sábado. No tolera a los que se hacen llamar “maestros”, “señor”, “ilustrísima” o a los que, en definitiva, se creen que son más que la gente vulgar por tener un título que los hace dignos de ser reverenciados. Jesús rechaza con firmeza a los que convierten la religión en un comercio o piensan que a Dios se le puede comprar con buenas obras, indulgencias o donaciones. Recrimina a los que se creen los primeros y rechinan sus dientes cuando Dios les pide que cedan su puesto a un niño ignorante.
¿Eres pequeño y pecador? Pues alégrate porque tienes la simpatía de Dios.
Nota: todos somos pequeños y pecadores, por eso Dios ama a todos. Sólo es cuestión de reconocerlo.