Ayer reflexionábamos sobre este caminar de Jesús, este salir al encuentro del hermano, poder ayudar a sanar heridas. Y el Evangelio de hoy nos da la clave desde donde partir para poder hacer lo que nos llama a hacer, solo es posible desde él. No podemos olvidarnos del foco y quedarnos solo con la luz. La luz es la que alumbra, pero sin el foco esa luz no se proyecta. Debemos cuidar nuestra relación con Jesús si queremos tener fuerzas para el camino, si queremos responder con generosidad, con alegría. Ese mayor encuentro se da en el PAN de cada día, en la Eucaristía.
Dos puntos importantes de la vida eucarística es “celebrar” y “adorar”, allí encuentro el PAN bajado del cielo. No nos quedemos con las migajas, estamos llamados a compartir la mesa grande, el gran banquete, no seamos como aquellos invitados que pusieron “mil excusas” para no ir a la fiesta. Pensaba en el Padre Claret cuando le impresionaba el “siempre, siempre, siempre”, la idea de la eternidad, deseando evitarles la eternidad infeliz a los pecadores, un poco como Jesús que nos dice “el que viene a mi JAMÁS tendrá hambre, el que cree en mi JAMÁS tendrá sed”, siempre estará satisfecho, nada le va a faltar, siempre estará saciado. ¿Cómo estoy viviendo este encuentro Eucarístico con Jesús?