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El despiste de las doncellas que se olvidaron el aceite y la “sensatez” de aquellas que llevaron de repuesto, es más que simple desacierto o previsión. No se trataba solo de tener o no el aceite en el momento oportuno, es que unas se prepararon con cuidado, con atención, con pasión… y otras no.
Supongo que el papel más importante en la parábola lo juega “el esposo”, él es quien polariza la atención de las doncellas y despierta en cinco de ellas tal entusiasmo que se dispusieron a ir a su encuentro con aceite de repuesto. Siendo así, el aceite es más que aceite. Es haber esperado y prepararse, es tener luz… es, en definitiva, pasión y enamoramiento. Por eso no se puede repartir, se convierte en algo tan personal e intransferible que solo sirve de combustible en la propia lámpara.
Una oración del Padre Arrupe dice así:
«Nada es más práctico que encontrar a Dios; que amarlo de un modo absoluto, y hasta el final. Aquello de lo que estés enamorado, y arrebate tu imaginación, lo afectará todo. Determinará lo que te haga levantar por la mañana y lo que hagas con tus atardeceres; cómo pases los fines de semana, lo que leas y a quien conozcas; lo que te rompa el corazón y lo que te llene de asombro con alegría y agradecimiento. Enamórate, permanece enamorado, y eso lo decidirá todo.»
¿Qué arrebata mi imaginación? ¿Qué me apasiona? Aquello que se lleva mi atención y energía desde el principio hasta el final de cada día… ¿Qué o quién es? ¿Tiene que ver con Jesús y con sus cosas? Seguramente eso es lo que permite que mi lámpara se encienda.