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Hay dos quereres en la vida que nos mueven. El de seguir un ideal (cada persona lo tiene, aunque no sepa describirlo) y el de realizarnos (preservarnos, cuidarnos, crecer, desarrollarnos).
El primer movimiento te tira hacia fuera y el otro te lleva hacia dentro. Uno te mueve hacia algo grande, más allá de ti mismo y el otro te hace mirarte a ti mismo. El riesgo es que el ‘ideal’ sea una ilusión con la que nunca aterrizas en tu vida; o el mirarte tanto puede replegarte sobre tu ego. ¿Cuál es el principio de crecimiento, de la vida que prospera, según Jesús?
La respuesta es una paradoja que ya conocemos y no está mal recordárnosla: cuanto más te buscas a ti mismo, más pierdes. Más te pones en seguimiento de Jesús, más creces. Muchas veces asistimos a la neurosis desgastante del afán por sobresalir y lograr los propios fines.
Nos preguntamos hoy si nos arruinamos por perseguir sin crítica nuestro yo o nos salvamos resituando cada día de nuevo nuestros pies sobre el camino de Jesús.