Las cosas se van poniendo cada vez más feas. Los diálogos de esta semana entre Jesús y los judíos son un pulso constante que se van intensificando por momentos… ¡qué angustia! Y, a la vez, es asombroso cómo Jesús va conduciendo la situación sin elevar la voz, sin usar la fuerza, sin sentirse superior. Y motivos no le faltan: lo llaman endemoniado y deciden apedrearlo.
¿Tanto les irrita a los sabios de la ley que un hombre humilde como él fue conociera a Dios y guardara su palabra? ¿Tanto mal hace que Jesús prometa vivir para siempre?
Más de veinte siglos después no hemos cambiado mucho: nos insulta que alguien ‘menos católico’ que uno mismo nos hable de Dios, de su misericordia, de su vida. Nos sigue fastidiando que haya pequeños, marginados o pobres que con su historia y con su fe nos muestren el rostro del Padre.
¿Hay personas en mi vida a las que no tolero ni una sugerencia? ¿Hay ‘pequeños’ a los que me fastidia llamarlos hermanos? Guárdate las piedras y respira hondo. Piensa en ellos y pregúntate con Jesús, ¿qué me quiere decir Dios a través de ellos?