Yo soy un poco como los galileos: me arrimo al sol que más calienta. Seguidor de Jesús mientras el viento sopla a favor y me van las cosas bien. O porque me va mal… y necesito acudir a Él.
Yo he visto convertir el agua en vino al nazareno. He disfrutado y cantado con Él cuando la vida me sonríe… y he negado también conocerle cuando las cosas se ponen feas.
En otro tiempo esta debilidad me habría abatido. ¡Qué poca fé…! Ahora, con los años, voy descubriendo que ese abatimiento no es un sentimiento bueno porque es un abatimiento paralizante, que me aleja de Él. En el fondo, un sofisticado orgullo disfrazado de falsa humildad…
Querría ser como el funcionario real. También él necesita signos para creer. Pero no se deja abatir. Insiste.
El Maestro me conoce y sabe que necesito algún empujoncito. O dos. O más. Como los padres con sus hijos, él siempre da otra oportunidad. Siempre.
Sólo tengo que insistir… y creer en su Palabra. Aprovechar que siempre se cumple.