Este pasaje del Evangelio forma parte de los relatos de la infancia de Jesús y sigue a la visita de María “a la casa de Zacarías” después de haber recibido el anuncio del ángel de su maternidad y la de su prima Isabel. El nacimiento de Juan Bautista estrena un tiempo de salvación. Él, a la llegada del Mesías, se alegra y salta de gozo en el vientre de Isabel su madre.
“¿Qué será este niño?” Lucas nos da unos datos que nos aproximan a la respuesta:
Es fruto de una gran misericordia: la esterilidad de la madre se hace fecunda en el hijo.
Ella decide el nombre, que corrobora el padre. El nombre para un semita es su constitutivo personal que se identifica con su ser y hacer, en definitiva, con su identidad y misión. Su misión fue la de ser el Precursor del Mesías. A esta misión entregó su vida en fidelidad hasta sellarla con la muerte ¡Y qué muerte!
La mano del Señor estaba con él por eso crecía y se fortalecía.
Juan vivía en el desierto, alejado del templo y de los ámbitos de poder. Lugar de cercanía a Dios “la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2,16)
Del Bautista podemos aprender su humildad: él no era el Mesías, sino el que le preparó el camino. Su libertad en el desarrollo de su misión no tuvo inconveniente en decirle a Herodes lo que estaba haciendo mal y su fidelidad le condujo hasta la muerte.
¿Cómo ando de humildad, libertad y fidelidad? ¿Está conmigo la mano del Señor?