Una experiencia, que seguramente muchos tenemos, es que cuando alguien nos ha hecho ver nuestro error y nuestro pecado, no nos ha gustado. En vez de aceptar el error, buscamos mil excusas y hasta tratamos de echarle la culpa a otros.
Jesús se lamenta de Jerusalén, la ciudad principal del pueblo elegido. El Señor ha enviado a sus mensajeros para que se convierta, pero los ha matado. Un Dios que quiere liberar y acoger a sus hijos, y es rechazado porque está encerrado en sí mismo.
Que diferente hubiera sido la historia del Pueblo de Israel si hubiese abierto su corazón; que distinta sería nuestra vida si de frente a nuestros errores fuéramos capaces de aceptarlos y buscar el cambio, sin excusas.
Os invito a que pensemos en esos profetas que el Señor nos ha enviado y no hemos escuchado. Agradezcamos al Dios por las personas que buscan nuestro bien. Pidámosle al Señor que nos abra el corazón para poder reconocer con humildad nuestros pecados, y busquemos, con la ayuda del Señor, la conversión.