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Los leprosos tenían sobre sí una gran maldición: eran impuros y tenían que vivir en despoblados… Es decir, no sólo estaban enfermos, sino que además tenían que vivir la terrible enfermedad de la lepra en total soledad…
Aquel leproso se llenó de valor y transgredió las normas de la Ley para poder acercarse a Jesús y a una cierta distancia le gritó: “¡Si quieres, puedes limpiarme!” parece que le quiso decir: “¡No precisas tocarme! Basta que lo quieras para que yo sea curado”. La frase revela la gran fe del hombre en el poder de Jesús. Y Jesús profundamente enternecido, tocó al leproso. Con este gesto es como si le dijera: No me importa que me critiquen, tú eres mi hermano y a continuación le cura la lepra diciendo: ¡Quiero! ¡Queda limpio! El leproso, para poder entrar en contacto con Jesús, se acerca a Él quebrantado la ley pues tenía que estar lejos de la gente. De la misma forma, Jesús, para revelar un nuevo rostro de Dios, desobedece las normas de su religión y toca al leproso.
Jesús no solo cura, sino que además quiere que el que había sido leproso se reintegre en la comunidad. Jesús le insta a que busque al sacerdote que certifique la curación y pueda convivir con normalidad. Con ello obliga a las autoridades a que reconozcan que el hombre ha sido curado.
Jesús había prohibido al leproso que hablara de la curación. Pero él, en cuanto se fue, empezó a divulgar la noticia, y la gente se acercaba a Jesús. ¡La importancia del testimonio!
Ser testigos de lo que Dios ha hecho con nosotros y divulgarlo, es una manera de acercar a otros a Jesús, en definitiva, esta es una parte importante de nuestra misión, hacer que los alejados se acerquen a Jesús mediante nuestro testimonio.