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Jesús, después de participar en la celebración del sábado en la sinagoga, como buen judío, entra en casa de Pedro y allí encuentra postrada a la suegra de éste. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó y ella se entrega al servicio de los demás.
Jesús no solo sana, sino que sana para que la persona se ponga al servicio de la vida. Los enfermos y los poseídos eran las personas más marginadas en aquella época. Estaban a merced de la caridad pública. Y además la Ley las consideraba impuras. No podían participar en la comunidad. Era como si Dios las rechazara y excluyera. Al caer de la tarde, terminado el sábado, en la hora en que aparece la primera estrella en el cielo, Jesús acoge y cura a los enfermos y a los poseídos que la gente le trae. Esta es la Buena Nueva de Dios: acoger a los marginados y a los excluidos, y reintegrarlos en la convivencia de la comunidad.
Jesús permanece unido al Padre por la oración. Sin duda alguna tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para tener el tiempo y el ambiente apropiado. Para ello se levanta antes que los otros, para poder estar a solas con su Padre. Muchas veces, los evangelios, nos hablan de la oración de Jesús en silencio. Es a través de la oración, que él mantiene viva la conciencia de su misión.
Jesús no ha venido para ser servido, sino para servir. La suegra de Pedro empieza a servir. Yo, ¿hago de mi vida un servicio a Dios y a los hermanos y hermanas?
Jesús mantenía viva la conciencia de su misión mediante la oración. ¿Cómo es mi oración?