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Hay una característica que es común en los grandes santos de la Iglesia: su deseo de poner toda su confianza en Dios. Así lo experimentó san Ignacio de Loyola que se embarcó hacia Tierra Santa sólo porque su intención “era tener a sólo Dios por refugio”. Lo mismo le pasó Al padre Claret que para viajar a Roma se sacó el billete más barato del buque e hizo todo el trayecto en la cubierta viajando tan contento “pensando que, de forma parecida, debió viajar Jesús de Nazaret en barca por el mar de Galilea”. Y, por último, otra santa navegante, María Antonia París, confiesa que cuando perdió las Islas Canarias de vista se alegró su corazón “porque sólo le quedaba la esperanza en Dios.”
Es verdad, sólo Dios basta.
Lo demás nos ayuda tanto en cuanto nos ayude a acercarnos a Él y cumplir su voluntad.
¿Cómo anda mi confianza en Dios? ¿Cuán dispuest@ estoy a cumplir los deseos de Jesús haciéndome indiferente a los bienes materiales y a la honra del mundo?