Este Evangelio llega hacia el final del Sermón de la Montaña. Jesús nos recuerda que no es suficiente con oír la Palabra de Dios: nosotros debemos ponerla en práctica. El desafío que nos hace este pasaje es el de tomar cada día un tiempo para reflexionar y meditar lo que Dios me pide en la vida y aferrarme a la seguridad que si vivo una vida profundamente arraigada en Dios y en su Palabra no habrá tormenta que me pueda destruir. Dos casas pueden ser idénticas en su construcción, pero ante una tormenta una puede caer y otra mantenerse en pie. La diferencia está en que un constructor utilizó malos cimientos, y material barato para terminar más rápido y el otro tomó su tiempo para analizar qué tipo de cimientos eran los más fuertes para su casa, no escatimó el tiempo, ni el costo para su construcción. Cuando vino la tormenta su casa se mantuvo en pie.
San Francisco Javier, cuya fiesta celebramos hoy, decía “¡Cuántos mil millones de gentiles se harían cristianos, si hubiera operarios que no buscaran sus propios intereses, sino los de Jesucristo…!” Si no escatimamos el tiempo y el trabajo que merecen hacer buenos cimientos la obra será fructífera.
Y yo me pregunto hoy, a quién me asemejo: ¿al constructor necio que toma atajos para obtener resultados rápidos? ¿O al constructor sabio que sabe tomarse el tiempo en una excavación profunda y segura?