Quizá el texto del Evangelio haya dejado en ti una sensación de alerta, una llamada de atención. Parece que tengamos que vivir pendientes las 24 horas del día, como si nuestro único quehacer sea el de aguardar la venida del Señor… nada más lejos de la realidad. ¿Vivir en alerta? Sí, pero no alarmados.
Ya los primeros cristianos tuvieron la ocurrencia de dejar de trabajar y se pasaban el día mirando al cielo esperando la parusía, la llegada de Cristo. Pero San Pablo les “puso las pilas” y les hizo ver que la mejor manera de esperar al Señor es incorporándolo en el ritmo normal de sus vidas. Y es que Dios es tan extraordinario que lo podemos encontrar perfectamente en lo ordinario.
Por eso Jesús da con la clave y les dice a sus discípulos: “donde esté tu tesoro ahí estará tu corazón”. Esta frase del Evangelio tiene que llevarnos a desear como tesoro para nuestras vidas a Jesús, y de esta manera, todo nuestro corazón (es decir, todas nuestras acciones, nuestras tareas, nuestra existencia), estará presidido por Cristo. Entonces estaremos preparados siempre, porque siempre estaremos en compañía de Quien algún día nos llamará y nos invitará a estar para siempre con Él.
Por último, Jesús dice que al que se le ha dado mucho, se le pedirá también mucho. No hay escusas, no hay peros. Una vez que se conoce a Cristo, la exigencia es alta, no porque Él nos lo ponga difícil… A nadie que se le de a elegir entre una caja vacía y otra repleta de bienes, se queda con la vacía. El Evangelio te da el mayor de los bienes, la posibilidad de encontrarte con Cristo. ¿Vas a dejar pasar esta oportunidad?