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La cosecha es mucha, eso es una buena noticia, es una cosecha abundante, de mucho fruto, lista para ser recogida. Pero faltan obreros para recogerla. Y si no se recoge a tiempo, la cosecha se pierde. Cuando leemos este pasaje nos sale hacerlo en clave vocacional: sólo los llamados a la “vida religiosa profesional” pueden recoger la cosecha. O los que tienen grandes dones, como predicadores, títulos de teología, experiencia… Cuán equivocados estamos si pensamos así. El Señor nos llama a todos a recoger la cosecha, sí, a los mal llamados “profesionales de la iglesia” y también a los que no son famosos, a los pequeños, los que nadie conoce, a la abuela que no terminó el bachillerato, a los padres y madres de familia que lucha día a día para sacar adelante a sus hijos, al minusválido que se esfuerza el doble para lograr las acciones diarias más sencillas. La cosecha es abundante y todos estamos llamados a tomar parte en recogerla, y en disfrutar de ella. Cada uno, con los dones que se nos han dado gratuitamente, aunque nos parezcan pocos, somos parte de los trabajadores que buscan las ovejas perdidas para llevarlas al encuentro con el Señor. Incluso muchas veces estando nosotros medio perdidos también.
Hoy quiero tomar unos minutos de mi tiempo para pensar, ¿en qué campos puedo recoger la cosecha? ¿Qué oveja perdida pone el Señor en mi camino hoy? ¿Qué dones me ha regalado gratuitamente el Señor que yo puedo devolver gratuitamente?