La semilla sembrada en este pasaje del evangelio es la Palabra de Jesús. No podemos solo quedarnos con el significado, tenemos que bajarla a nuestra propia vida. Tenemos que ver cuántas veces recibimos la semilla y ha dado su fruto o solo ha caído en la aridez de nuestro corazón y se ha quedado sin fecundar. Es la oportunidad de preguntarnos cómo estamos correspondiendo a su llamado de ser tierra fecunda y fruto que permanezca.
Hay que dejar que el Espíritu libere el terreno de nuestro corazón de tibiezas, incertidumbre y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa.
Es dejar que la fuerza del sembrador nos libere también de muchos impedimentos que no nos hacen más humanos y colaboradores del Reino de Dios.
Es crear también raíces profundas necesarias que nos ayuden a sobrevivir a los peligros que contantemente vive nuestro corazón de discípulo y dejar que la tierra de nuestro corazón sea fecundada para que dé mucho fruto y fruto en abundancia.