¡Uf! Este Evangelio tiene mucho que masticar, mucho más de las 250 palabras que tengo para este ECO. Les comparto una anécdota que siempre recuerdo cuando leo este Evangelio. Cuando era pequeña, ya hace bastantes años, estábamos pasando necesidad en nuestro barrio en La Habana, Cuba. Todo escaseaba, comida, medicina, cosas para limpieza, agua, luz… En el edificio en que vivía, de unos 16 apartamentos, si alguien conseguía un pollo, lo estiraba con arroz y llamaba a todos los niños del edificio para comer. Si se conseguían unos cuantos fideos flacos se disfrazaban de “tallarines a la italiana” que comíamos con nuestros amigos del edificio. Si algo sobraba lo compartían los adultos. Eso se hacía en todos los apartamentos, por eso no puedo decir que haya pasado hambre, al menos no los niños de mi edificio. Los vecinos compartían lo que tenían unos con otros porque existía la compasión y la solidaridad en tiempo de penuria. Esa es la compasión que sintió Jesús por la multitud y que sigue sintiendo por nosotros. Como dice el Papa Francisco, la muchedumbre no busca a Jesús por curiosidad, sino por necesidad. La compasión de Jesús no es simplemente un sentir piedad sino un identificarse con el sufrimiento del otro, al punto de cargarlo en sí mismo. Esa es la compasión a la que estamos llamados a poner en práctica. Un pollo compartido con compasión y solidaridad puede alcanzar para muchos.