A veces intento imaginar la escena de la Anunciación sin florituras, sin adornos, sin música celestial. Nada de coronas, ni estrellas, ni mantos bordados, ni pedestales. Una joven mujer de pueblo. Sola. Quizás una voz… Una revelación. Habitada. Un más que posible escándalo. Desconcierto. La vida vuelta del revés… un salto de Amor…
Luego vino…todo. ¡Todo! Para llegar tras lo casi inefable a Pentecostés. Una nueva habitación del Espíritu. Con nuevos hijos, con nueva madre…
Hoy vivimos tiempos aparentemente convulsos para la Iglesia. Pero, ¿y si todo lo que está sucediendo no fuera sino una nueva gestación, un nuevo parto, un nuevo pentecostés?
¿Y los signos que nos desconciertan no fueran sino una nueva anunciación? ¿tendremos el corazón preparado como María?