En el mundo del circo y en el del espectáculo en general, para captar la atención del espectador, se promete a cada paso que el número siguiente será aún más admirable, que todavía falta lo mejor, lo más difícil, lo increíble…
El evangelio tiene también este ritmo ascendente, a medida que vamos conociendo a Jesús. Me imagino a sus seguidores, comentando lo que cada día le oían decir o le veían hacer. Habría momentos en los que la admiración les superaba y se pondrían más anchos que largos al ver a Jesús superando dificultades, realizando curaciones o dejando sin palabra a aquellos que parecían saberlo todo.
Pero habría momentos en los que les dejaría estupefactos, ante alguna de sus actuaciones o palabras que ni siquiera ellos, que ya le iban conociendo, podían imaginar. Y uno de esos textos es el de hoy. Qué se puede pensar cuando se le oye a alguien decir cosas como “amad a vuestros enemigos”, “haced el bien a los que os aborrecen”, “bendecid a los que os maldicen”, “orad por los que os calumnian”, “al que te dé en una mejilla, preséntale la otra…”. Si hasta nos cuesta amar a nuestros amigos…
Pero el evangelio de hoy no es para desanimar. Al contrario: nos propone lo que no podemos conseguir, es cierto, pero sabiendo que, en el empeño, llevándonos de la mano, como siempre, esta Jesús mismo, el maestro que no va por delante, sino al lado. Con su ayuda, con su mirada que nos sostiene, con su Espíritu que nos alienta, es posible vivir de otra manera. Aunque realmente no podamos. Al fin y al cabo, lo que podamos hacer o no, no es lo más importante.