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Me gustan las fiestas, buena música, comida, amigos perfectos, sentarme en una mesa con la gente importante, aunque para conseguirlo tenga que dejar a un lado mis principios, lo valores que me identifican como discípula/discípulo de Cristo.
En este evangelio me perturban las palabras de Jesús, el rechazo que tiene de esta madre que le pide algo que para él es sencillo, sólo tiene que darle lo que ella le pide. Eso es fácil para él. Este pasaje me muestra un Jesús cerrado en sus ideas, un Jesús que se ve sólo como salvador del pueblo judío. Él no ha venido a liberar, a ayudar a los de afuera.
Pero es una mujer, una extranjera, la que con su sencilla y reiterada petición abre su mente. Esta mujer ama incondicionalmente a su hija, por ella se humilla, se hace pequeña. El amor a su hija obra en ella la fe. Y pide con insistencia. Y la mente de Jesús se abre a la novedad.
¿Cómo es mi oración? ¿Es mi amor de tal calibre que alimenta mi débil fe? ¿Soy constante en lo que quiero, busco, en lo que de verdad deseo? La fe de la mujer cananea fue puesta a prueba, su amor y confianza, su fe en el Maestro, curó a su hija.
¿Permanezco fiel, crece mi fe ante el aparente silencio de Dios?