Lo mismo les es un día que otro,
lo mismo un mes que un día,
y un año lo mismo que un mes.
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Han vencido al tiempo; viven sobre él,
y no sujetos a él.
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No hay para ellos más que las diferencias del alba,
la mañana, el mediodía, la tarde y la noche;
la primavera, el estío, el otoño y el invierno.
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Se acuestan tranquilos, esperando el nuevo día,
y se levantan alegres a vivirlo.
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Vuelven todos los días a vivir el mismo día.
Rara vez se forman idea de su Señor,
porque viven en él, y no lo piensan,
sino que lo viven.
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Viven a Dios, que es más que pensarlo, sentirlo o quererlo.
Su oración no es algo que se destaca y separa
de sus demás actos,
ni necesitan recogerse para hacerla,
porque su vida toda es oración.
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Oran viviendo.
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Y por fin mueren como muere la claridad del día
al venir la noche, yendo a brillar en otra región.
¡Santa sencillez! Una vez perdida no se recobra.
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