Hoy, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, te invito a contemplar una de las muchas imágenes que la representan.
En la historia de la Iglesia ha habido discusiones teológicas sobre si María era inmaculada antes o después de su nacimiento. A favor o en contra, lo que no ha temblado es la fe del pueblo en ella.
La Iglesia oriental siempre nos ha nutrido con las diversas fiestas a la Virgen y esta es una de ellas. Se encontrarán calendarios litúrgicos irlandeses del siglo IX que, por influencia de los orientales, introducirán dicha fiesta con el título de Conceptio B. M. Virginis. Y así, se extenderá por toda Europa. Los franceses harán suya a mediados del siglo XIV la devoción a la Inmaculada, pero en España, mediante la orden de la Merced en el siglo XIII ya celebrarán la primera misa en la Catedral de Barcelona, creando una cofradía en su memoria.
A partir del Concilio de Trento y gracias a la devoción motivada por las órdenes religiosas de los jesuitas, franciscanos y carmelitas se extenderá su representación artística en todas las iglesias.
El texto evangélico de base es el libro del Apocalipsis 12, 1: «una mujer envuelta en el sol como en un vestido, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza». Después, cada autor la representará con algunos atributos más, dos o más ángeles que la acompañan, pisando una serpiente o en un segundo plano un paisaje rural…
Los pintores tenían claro el modelo y sobre todo cuál era su destino: la oración, la fe, la protección de la Virgen hacia sus hijos.
Seguro que nos vienen a la cabeza las obras de autores españoles como Murillo, Zurbarán, Velázquez, Cano, Carreño de Miranda, Juan de Valdez…
Gozad, contemplad, meditad, rezad… a Ella nuestra madre.